viernes, 22 de marzo de 2013



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¿Qué esperar del Papa Francisco?



Los católicos estamos felices. El Papa Francisco ha revivido en muchos de nosotros ese sentimiento de paz que inspiraba el Papa Juan Pablo II. Para muchos, su rostro expresa bondad. Sus palabras, humildad y sencillez. El añadido de ser latino llena de orgullo; el que provenga de la congregación jesuita genera percepción de cambio.

Del Papa Francisco se espera escuchar llamados de tolerancia, de solidaridad hacia quienes piensan y actúan diferente. 

Una defensa de los valores y la dignidad humana a partir de la realidad social. No se pretende un  cambio de la esencia del cristianismo católico, pero sí una aceptación de que el mundo (para mal o para bien) ha cambiado y que es necesario tratar de entenderlo y de ser posible, adaptarse a él.

El Papa Francisco asume las riendas de una iglesia marcada por tristes escándalos que han dejado al descubierto la debilidad de la vocación de algunos de sus representantes, y los excesos cometidos en el ejercicio del poder religioso. Su histórica elección supone, entonces, el reto de mejorar la imagen y la credibilidad de una iglesia católica desgastada públicamente.
El hecho de ser jesuita no lo vuelve radical ni moderno. Lo que fue como Obispo lo será como Papa. De sus manos no se escribirán encíclicas que muestren una iglesia capaz de aceptar el aborto en condiciones específicas (enfermedad, riesgo de vida para madre o hija, violaciones, incesto). Tampoco oiremos posiciones a favor de la igualdad sexual para que personas del mismo sexo se unan en matrimonio o adopten hijos.
Es un error esperar tanto del nuevo Papa, no porque él no pueda sino porque no quiere. La Iglesia católica descansa sobre preceptos religiosos y sociales casi pétreos. Jamás cambiarán.
¿Qué esperar entonces de Francisco? Sensibilidad, entendimiento y mesura antes de condenar a quien ama a alguien de su mismo sexo y es feliz por ello; a entender que hay decisiones de vida que se toman en situaciones específicas y de las que surge el arrepentimiento. A que existen mujeres que interrumpen un embarazo movidas por el trauma, el dolor y el coraje de haber sido víctimas de una cobarde violación.
La humildad que lo caracterizó como Obispo, se confía mantendrá como Papa. Ya lo estamos viendo, prefiere un calzado sencillo que unos de marca que lo destaquen como conocedor del buen vestir. Como Sumo Pontífice, Francisco Primero nos está demostrando que el poder exige ir de la mano con la sencillez, tanto de palabra como de hechos.
Eso es lo que debemos esperar del Papa: lecciones constantes de humildad, que recuerden y hagan recapacitar, sobre todo a los que como él ejercen y tienen poder sobre las masas, que no deben perderse en la banalidad y mucho menos olvidar que alrededor de ellos existen seres humanos oprimidos, necesitados de ayuda y compasión, que guardan la esperanza de mejorar a partir de las decisiones que sus líderes tomen.

Benedicto XVI vistió según las tradiciones; 

Francisco, recupera la pobreza evangélica. 


No son dos estilos contrapuestos, para ambos papas la vestimenta forma parte del mensaje 


Son dos estilos diferentes pero no contrapuestos. Para ambos papas, la vestimenta forma parte del mensaje. Benedicto XVI se caracterizó por recuperar muchas de las antiguas vestimentas de los pontífices, como aquellos zapatos rojos que también usó Inocencio V, y en alguna ocasión su predecesor, Juan Pablo II. Con ese rojo intenso, el Papa emérito no pretendía ir al último grito de la moda, ni vestir de Prada, solo recuperar una vieja tradición que recuerda la sangre derramada de los mártires que dieron la vida por su fe.
El propio Benedicto XVI confesó además en alguna ocasión que no se sacaba nunca su sotana blanca, ni siquiera de diario cuando andaba por casa. «Es una herencia que me dejó el antiguo segundo secretario de Juan Pablo II quien me dijo: ‘El Papa siempre lleva la sotana’».
Pobreza evangélica
Francisco, en cambio, ve en la vestimenta una manera de hacer visible la pobreza evangélica. Lleva una cruz pectoral de metal y sorprendió al mundo entero cuando en su primera aparición en el balcón central de la Basílica de San Pedro apareció despojado de cualquier adorno. No llevaba la clásica muceta roja ni la estola antigua que suelen llevar los papas. Solo se la puso para la bendición Urbi et orbi. Sus zapatos, además, son los mismos que pisaban las calles de Buenos Aires y sus gafas viejas suele llevarlas algo caídas. Nada resulta extraño, teniendo en cuenta que el nuevo Papa ha querido llamarse Francisco a secas.